Resumen bíblico del mes de Diciembre.

 

Daniel (2) (capítulo 7-12)

Volved al Juez y Salvador 

En los postreros días, Dios juzgará y salvará con Su justicia. Israel será restaurado, después de ser castigado, y las naciones serán juzgadas después de ser instrumentos de juicio. Nada ni nadie podrá detener la providencia y los planes de Dios para el mundo. Los que hagan volver a la multitud a los caminos de Dios, resplandecerán por la eternidad.


El futuro de Israel y las naciones (7:1-12:13)

Visión del hijo del hombre (7:1-28): en el primer año de Belsasar, rey de Babilonia, Daniel tiene un sueño en el que ve cuatro bestias grandes salir del mar, y a Dios sentado en el trono, vestido de blanco. Dios mata a la cuarta bestia y la echa al fuego. Después, les quita el dominio a las demás bestias, para dárselo a uno como el hijo de hombre, cuyo Reino es eterno y todos le servirán.

Según la interpretación del ángel que asiste delante de Dios, las cuatro bestias son cuatro reyes que se levantarán en la Tierra. La cuarta bestia, diferente de las otras, es espantosa y fuerte. El undécimo cuerno que sale de ella hace guerra contra los santos y los vence. En ese momento, vendrá el juicio de Dios y los santos recibirán el Reino eterno. La cuarta bestia será un cuarto reino en la Tierra, diferente a todos los otros reinos, porque devorará y despedazará todas las naciones. Los diez cuernos simbolizan a diez reyes que se levantarán de aquel reino. Después, se levantará un rey contra Dios, afligirá a los santos y pensará en cambiar los tiempos y la ley. Pero, pasado el tiempo predeterminado, comenzará el juicio; este rey será destruido por completo y el pueblo de Dios reinará en el mundo. El Reino de Dios es eterno; todos los hombres le servirán y obedecerán. Daniel guarda el asunto y las palabras del ángel en su corazón.

Visión del carnero y macho cabrío (8:1-27): en el año tercero del reinado del rey Belsasar, Daniel tiene la visión de un carnero y un macho cabrío junto al río Ulai. El carnero con dos cuernos se hace cada vez más fuerte, hasta que es atacado por el macho cabrío proveniente del lado del poniente. El macho cabrío se engrandece; pero, estando en su mayor fuerza, el gran cuerno es quebrado y, en su lugar, salen otros cuatro notables. De uno de ellos, sale un cuerno pequeño, que crece hasta echar por tierra parte del ejército y las estrellas. Se engrandece, prohíbe el sacrificio a Dios, destruye el santuario y echa por tierra la verdad. El pueblo peca contra Dios, adorando a ese pequeño cuerno. Daniel oye que esto continuará por dos mil trescientas tardes y mañanas; luego, el santuario será purificado.

El ángel Gabriel interpreta esta visión escatológica. Los dos cuernos del carnero son los reyes de Media y de Persia; y el macho cabrío, el rey de Grecia. Al final del reinado de estos, se levantará un rey altivo de rostro y entendido en enigmas. Él destruirá a los fuertes y al pueblo de los santos. Pero, al final, él será quebrantado.

El misterio de las setenta semanas (9:1-27): en el año primero de Darío, Daniel lee atentamente las profecías de Jeremías y entiende que Dios restaurará a Jerusalén, después de los setenta años de cautiverio, así que entra en oración y en ayuno. Confesando los pecados de Israel, pide a Dios que, por amor a Su nombre, restaure a Su pueblo y a Jerusalén, la santa ciudad. El ángel Gabriel anuncia a Daniel el mensaje de Dios. Después de siete y sesenta y dos semanas desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén, vendrá un rey ungido. Con su muerte, otro rey destruirá la ciudad y el santuario, hará cesar el sacrificio a la mitad de la semana y colocará lo abominable dentro del santuario. La ira de Dios se derramará sobre el desolador.

Lo que debe hacer el pueblo (10:1-12:13): la visión de Daniel nos advierte de la persecución y de la tribulación que vendrán. No obstante, la aflicción nos purifica y nos santifica. El que persevere en la fe hasta el fin será salvo.

Visión junto al río Hidekel (10:1-21): en el año tercero de Ciro, rey de Persia, es revelada la visión de una gran guerra a Daniel, quien pasa las siguientes tres semanas (veintiún días) en oración y ayuno. Daniel ve a un varón con un aspecto glorioso a la orilla del río Hidekel y desfallece, cayendo en un profundo sueño. Entonces, el que había sido enviado por Dios, después de oír su oración, levanta a Daniel y le declara lo que ha de venir en los postreros días.

Guerra entre los reyes del norte y sur (11:1-19): el cuarto rey de Persia levantará a muchos contra Grecia con sus riquezas. Luego, se levantará un rey que hará su voluntad, pero su reino será quebrantado y repartido hacia los cuatro vientos. La princesa del sur establecerá alianza de paz con el rey del norte. Pero, después de que la familia de la princesa pierda poder y sea desechada, la guerra entre los reyes del norte y el sur persistirá. El rey del norte reunirá multitud de grandes ejércitos; no habrá quien lo pueda vencer. Se levantará para tomar a Israel, la tierra gloriosa, y el que vendrá contra él hará su voluntad.

El despreciable rey del norte (11:20-45): un varón ascenderá al trono del reino del norte con engaños y atacará al rey del sur con éxito, recibiendo un gran botín. Al poco tiempo, volverá con sus tropas al sur, pero será contratacado por las naves de Quitim y se retirará con su ejército. Con soberbia profanará el santuario, quitará el continuo sacrificio y pondrá la abominación desoladora. Con halagos seducirá a los que renieguen del pacto con Dios; mas el pueblo que conoce al Señor se esforzará y actuará con valor. Los sabios del pueblo instruirán a muchos, pero serán afligidos y asesinados. El pueblo también será depurado, limpiado y purificado. En los postreros días, el rey del norte vencerá al rey del sur, entrará a la tierra gloriosa, destruirá a muchas naciones y recibirá muchas riquezas. Por las noticias del oriente y del norte, se preparará para una guerra; mas llegará a su fin y no tendrá quien le ayude.

El tiempo del fin (12:1-13): vendrá un tiempo de angustia como no ha habido otro desde que existen las naciones, pero serán liberados aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida. Los entendidos que temen a Dios y enseñan la justicia a la multitud resplandecerán. En una visión, un varón vestido de lino junto a las aguas del río le declara a Daniel que estas palabras estarán cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Aunque quiten el continuo sacrificio y pongan la abominación desoladora, bienaventurados son los que esperan hasta el fin.

 

1 Pedro

Buenos administradores de Cristo

Bienaventurados son los cristianos que son perseguidos por causa de la justicia. La aflicción trae el crecimiento de nuestra fe y nos acerca a la presencia de Dios. Dios nos ha dado la vida eterna, la herencia celestial y la esperanza de la resurrección, para que podamos soportar la tribulación. Somos real sacerdocio; glorifiquemos a Dios haciendo el bien y actuando con amor fraternal, conforme al ejemplo de Cristo y aunque estemos viviendo aflicción.

La esperanza de los creyentes (1:1-12)

Dios nos ha dado vida eterna y una ‘esperanza viva’ por medio de la resurrección de Jesucristo. Aunque somos afligidos en diversas pruebas, nos gozamos sabiendo que seremos salvos por nuestra fe en Jesús; seremos hallados en alabanza, gloria y honra, como Cristo fue honrado después de Su pasión.

La santidad de los creyentes (1:13-3:12)

Exhortación a la santidad (1:13-25): hemos sido rescatados por la preciosa sangre de Jesucristo, el Cordero de Dios, y renacidos por la Palabra de Dios. Somos hijos del Dios Santo, quien juzga según nuestras obras. Por tanto, no debemos seguir los deseos de la carne, sino buscar la santidad, obedecer a la Palabra, que es la verdad y amarnos unos a otros.

Jesús, la Piedra Viva (2:1-10): los que hemos sido redimidos debemos desechar toda malicia, engaño, hipocresía, envidia y detracciones, deseando beber de la Palabra y creciendo en la fe. Hemos sido edificados como templo espiritual sobre la piedra angular, y Dios nos recibe con agrado. Es de esperar que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable, por cuanto nosotros en otro tiempo no éramos pueblo, pero ahora sí somos pueblo de Dios (vv. 9-10).

Imitando a Cristo (2:11-25): somos peregrinos y moramos en esta Tierra solo por un poco de tiempo. Por tanto, no debemos buscar las cosas de la carne como si esta etapa de nuestra vida no tuviera un fin. Somos siervos de Dios con libertad, para hacer el bien. Al ver nuestro testimonio, la gente del mundo glorificará a Dios. Fuimos llamados a imitar a Cristo.

Sobre los deberes conyugales (3:1-12): Pedro invita a las mujeres casadas a que estén sujetas a sus maridos; pues, si son incrédulos, su conducta casta y respetuosa puede llevarlos a la conversión. Por su parte, también exhorta a los maridos a que honren a sus esposas como a vaso más frágil y coherederas de la gracia de la vida. De esta manera, sus oraciones no tendrán estorbo. Los creyentes deben amarse fraternalmente y bendecirse, apartándose del mal y del engaño. Dios oye la oración del justo.

El padecimiento de los creyentes (3:13-4:19)

Por causa de la justicia (3:13-22): bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia (v. 14; Mateo 5:10). Estemos siempre preparados para presentar defensa ante todo el que nos demanda razón de la esperanza que hay en nosotros. Cristo padeció por los pecadores y resucitó para que tengamos una buena conciencia hacia Dios.

Buenos administradores (4:1-11): los que aceptan los padecimientos de la carne y dejan a un lado las concupiscencias de los hombres, rompen con el pecado para vivir conforme

a la voluntad de Dios. Seamos, pues, sobrios y velemos en oración, por cuanto el juicio se acerca. Y, ante todo, tengamos ferviente amor entre nosotros, ministrando según el don que hemos recibido, como buenos administradores de Dios que somos.

Participantes del padecimiento (4:12-19): glorifiquemos a Dios y gocémonos cuando pasemos por el fuego de la prueba, por cuanto somos partícipes de los padecimientos de Cristo. Bienaventurados son estos, porque el Espíritu Santo reposa sobre ellos. Los que sufren alguna aflicción por voluntad de Dios y no por sus propios pecados, encomienden sus almas al fiel Creador y hagan el bien.

Los deberes de los creyentes (5:1-14)

Los ancianos tienen la responsabilidad de apacentar las ovejas, pero deben hacerlo voluntariamente, conforme a la voluntad de Dios. Los jóvenes, por su parte, deben sujetarse a los ancianos revistiéndose de humildad. Por último, Pedro nos exhorta a resistir firmes en la fe y a velar, para resistir al diablo. El padecimiento es momentáneo; mientras que la gloria, eterna.

 

2 Pedro

Victoria hasta la Segunda Venida

La fe de los cristianos debe estar cimentada en el amor de Dios, Aquel que nos llamó, y en la gracia de Jesucristo. Confirmados en la verdad presente, debemos andar en piedad y en santidad hasta entrar al Reino eterno de Dios. Esta es la clave para vencer y superar las tentaciones del mundo y las concupiscencias de la carne.

Cimentados en la fe (1:1-21)

Pedro exhorta a los santos con una fe preciosa a esforzarse en conocer a Dios y a Jesucristo. Con su testimonio de vida, nos exhorta a interpretar las Escrituras correctamente, con la esperanza del poder y la fe en la Segunda Venida del Señor.

Advertencias contra los falsos maestros (21:1-22)

Deben estar advertidos de los falsos maestros que engañan con palabras vanas y tuercen los caminos. Son soberbios, ignorantes y siguen las concupiscencias de la carne. Son reos de juicio divino por haber negado a Cristo y haber caído en la corrupción.

Certeza en la segunda venida (3:1-18)

Pedro les advierte de la incredulidad en la Segunda Venida de Cristo y en el Juicio Final. Dios, quien una vez juzgó al mundo con agua, en los postreros días juzgará con fuego. Pero el deseo de Dios es que nadie se pierda; Él espera con paciencia que todos lleguen al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche. Por tanto, debemos andar en piedad y en santidad. La oración de Pedro es que ninguno de sus hermanos amados sea engañado por los impíos y claudique en la fe; antes bien, que crezcan cada día en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo.

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