Mateo (2) (cap. 9-18)

Jesucristo y el Evangelio celestial

Jesús sana las debilidades de muchos con Su poder mesiánico. Llama a Sus doce discípulos, enseña parábolas sobre el Reino de los Cielos y señala las erradas tradiciones de los hombres. No obstante, el mundo no recibe al Mesías; antes bien, buscan tentarle y lo rechazan. Pese a esto, Jesucristo, el verdadero Rey, toma la senda de la cruz para salvar a toda la humanidad.

 

Ministerio mesiánico y discipulado (4:12-1:1)

El poder del Rey (8:1-11:1): Jesucristo es el Rey Todopoderoso que sana todas nuestras dolencias y suple todas nuestras necesidades.

Misericordioso y Sanador (9:1-38): Jesús no vino a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Por eso, en este pasaje no solo muestra Su poder sanador, sino también Su autoridad para perdonar pecados. Nadie echa vino nuevo (el Evangelio) en odres viejos (la Ley). El Evangelio de la gracia de Jesús inaugura una nueva era de la salvación. El motivo del ministerio de Jesús es la compasión que siente al ver a la multitud errante como ovejas sin pastor. Manda a Sus discípulos a rogar al Señor de la mies, para que envíe obreros.

Elección y envío de los doce (10:1-11:1): siendo el Hijo de Dios, Jesús no desarrolló Su ministerio solo, sino con Sus discípulos. Llamando a Sus doce discípulos, les da autoridad para echar fuera los espíritus inmundos y sanar enfermedades; los envía de dos en dos de viaje misionero, para que proclamen que el Reino de los Cielos se ha acercado. Son enviados a evangelizar, con la convicción de que Dios mismo suplirá todas sus necesidades. De gracia han recibido de Dios, de gracia darán sin esperar nada a cambio. Si hallan alguno digno del Evangelio, podrán quedarse en casa, pidiendo paz y bendición sobre ella. Habrá persecución y oposición de los enemigos, pero no deben temer, pues ellos no tienen potestad para destruir el espíritu y el alma. Testifiquemos de Jesucristo con denuedo, con plena confianza en Dios, el Omnipotente y Padre Amoroso.

 

Rechazo al Mesías (11:2-18:35)

Rechazo al Rey (11:2-16:12): en medio de una creciente oposición del enemigo en contra del ministerio mesiánico, Jesús se enfoca más en enseñar y preparar a Sus discípulos.

Una generación insensible (11:2-30): había muchas personas en la época de Jesús, que no reaccionaban con fe ante el mensaje de juicio y de arrepentimiento predicado por Juan el Bautista, la proclamación del Evangelio celestial y la manifestación del poder de Cristo. Lejos de recibir a Juan el bautista, quien vino a presentar al Mesías, lo echan a la cárcel. Ciudades de Galilea como Corazín, Betsaida y Capernaúm endurecieron su corazón para no arrepentirse de sus pecados, después de haber visto muchos milagros de Jesús. Ciertamente vendrá el juicio contra todos los que han endurecido su cerviz. Jesús desea darnos reposo verdadero e invita a todos los trabajados y cargados a venir a Él.

 

La conspiración de los fariseos (12:1-50): los fariseos, los líderes religiosos del judaísmo, tienen envidia de Jesús y se sienten amenazados por Él. Esperan que se les presente alguna oportunidad para atacarlo, y cuando ven a Sus discípulos arrancar espigas y comer; denunciando públicamente este supuesto incumplimiento de los estatutos sobre el día de reposo. Con este suceso en mente, Jesús sana a un hombre de la mano seca en el día de reposo; para recalcar que el respeto por la vida y el amor deben prevalecer sobre el cumplimiento externo de la Ley. Cuando ven a un endemoniado, ciego y mudo ser sanado por el poder del Espíritu Santo, los fariseos critican a Jesús con dureza, acusándolo de echar fuera a los espíritus inmundos por Beelzebú, príncipe de los demonios. Entonces, Jesús señala que Su ministerio de sanidad y de restauración son evidencias del advenimiento del Reino de Dios en la Tierra. Aunque han visto muchos milagros, los judíos que no vuelven a Jesús no son mejores que los gentiles (los de Níneve y la reina del sur), y claramente serán condenados en el día del juicio. Jesús enfatiza que la nueva familia espiritual y celestial es aquella que cumple la voluntad de Dios, y no los que pertenecen a cierto linaje.

Parábola del Reino de los Cielos (13:1-53): Mateo prefiere utilizar el término ‘el Reino de los Cielos’ en lugar de ‘el Reino de Dios’, por amor a los judíos. Jesús explica el Reino de los Cielos con la parábola de una semilla de mostaza sembrada en el campo, la levadura que leuda toda la masa, el tesoro escondido y la perla de gran precio. El Reino de Dios con el tiempo se ha ido perfeccionando y alcanzará su estado glorioso en el fin de los tiempos. Dicho Reino tiene un gran valor, y vale la pena cualquier sacrificio y consagración que podamos ofrecer de nuestra parte. Los discípulos conocen las cosas viejas (el Antiguo Testamento) y las cosas nuevas (el Evangelio); por tanto, ellos pueden proclamar y extender mejor el Reino de Dios que los escribas judíos (v. 52). Jesús nos ha enseñado con parábolas a no renunciar al Evangelio pese a las dificultades; antes bien, pongamos nuestros ojos en el Reino de Dios, que será perfeccionado.

La oposición creciente (13:54-16:12): Jesús es rechazado en Nazaret, Su tierra natal; y Juan el Bautista, quien preparó el camino del Señor, es asesinado brutalmente por Herodes, el tetrarca. En medio de esta crisis, Jesús alimenta a una gran multitud con el milagro de la multiplicación de los cinco panes y dos pescados (14:13-21), y luego camina sobre el mar (14:22-33). Muchos enfermos simplemente tocan el borde del manto de Jesús y son sanados de manera sobrenatural (14:36). Con la manifestación cada vez más poderosa del poder de Jesús, los fariseos y los escribas reaccionan con preocupación y gran ira. Ellos recorren una gran distancia, desde Jerusalén, hasta Galilea; para criticar a los discípulos de Jesús por haber comido pan sin haberse lavado las manos, una tradición de los ancianos. Jesús señala que la palabra de Dios está por encima de la tradición de los hombres; y lo que verdaderamente contamina no es lo que entra en la boca (el alimento), sino lo que sale del corazón (malos pensamientos) (15:1-20). A diferencia de los líderes religiosos de Jerusalén que atacan a Jesús, la mujer cananea, de origen gentil, recibe la gracia de Jesús, gracias a su gran fe (15:21-28). Jesús no se preocupa de las constantes amenazas y la persistencia oposición de los enemigos; sino que sana con compasión a todos los que padecen de alguna dolencia. Concede una vez más, el milagro de la provisión de alimentos a los hambrientos (15:32-39). A diferencia del milagro de los cinco panes y dos pescados que benefició mayormente a los judíos, el milagro de los siete panes y dos pescados es concebido para los gentiles. Jesús ama a los judíos y a los gentiles por igual; los invita a todos al banquete celestial. Los fariseos y los saduceos piden señal para tetar a Jesús. Entonces, el Señor les dice que no les será dada otra señal que la del profeta Jonás (la crucifixión y la resurrección) (16:4). También advierte a Sus discípulos contra la levadura de los fariseos y los saduceos; solo un necio aceptaría las falsas doctrinas sin descernimiento. Deben enfocarse en la esencia del Evangelio.

La revelación del Rey (16:13-18:35): Jesús enseña sobre Su identidad, la autoridad de la Iglesia, Su muerte en la cruz, Su resurrección, la gloria del Reino de los Cielos, la humildad, el perdón y la fe.

Anuncia Su muerte y Su resurrección (16:13-28): cuanto más se acerca Jesús a Su pasión, con mayor claridad es revelada Su identidad. Ante la pregunta de Jesús, Pedro le responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Entonces, Jesús le dice que levantará la Iglesia sobre su confesión de fe, contra la cual no podrán prevalecer las puertas del Hades. Y, por primera vez, anuncia Su pasión, muerte y resurrección. Al oír esto, Pedro trata de reconvenirle, así que Jesús lo reprende duramente por esto. Aunque los discípulos confiesan que Jesús es el Mesías, todavía no entienden el sufrimiento y la muerte que Él habría de experimentar. El discípulo de Jesús se niega a sí mismo, carga con la cruz y lo sigue.

La transfiguración de Jesús (17:1-21): el Reino de Dios proclamado por Jesús comienza a hacerse más visible. Jesús se lleva consigo a tres de Sus discípulos al monte y les muestra Su gloria futura. Su rostro resplandece como el sol, y Sus vestidos se hacen blancos como la luz (Éxodo 34:29-35). Allí, conversa con Moisés, quien representa a la Ley, y con Elías, quien representa a los profetas (v. 3; Lucas 9:30-31). Fascinado por tal escenario, Pedro sugiere hacer tres enramadas y morar allí. No obstante, no es la voluntad del Señor que huyan de la realidad y vivan en el monte. Si les ha mostrado Su gloria es para que ellos puedan sobreponerse a la muerte de Señor en la cruz; y puedan perseverar en la fe pese a las advertencias. En ese momento, se oye del Cielo la voz de Dios confirmando que Jesús es Su Hijo. Para evitar ser tomado como un Mesías de carácter político, manda a sus tres discípulos a que no le digan a nadie la visión del monte de la transfiguración hasta que Él resucite de los muertos. Por otro lado, los discípulos que no suben al monte se sienten desconcertados, porque no pueden sanar a un muchacho endemoniado. Después de reprenderlos por la falta de fe, Jesús les dice que si tuvieran fe como un grano de mostaza, nada les sería imposible. No hay problema que el poder de Dios no pueda solucionar.

Su muerte, tributos, el mayor (17:22-18:4): desde antes de la fundación del mundo, Dios determinó salvar a la humanidad por medio de la muerte y la resurrección de Jesucristo (Efesios 1:3-14). Aunque Jesús anuncia a Sus discípulos nuevamente sobre Su pasión y Su resurrección, estos no comprenden el sentido, sino que solo se entristecen en gran manera por la muerta física de Su Maestro.

Por otro lado, los cobradores del impuesto del templo (‘los que cobran las dos dracmas’) preguntan a Pedro por qué Jesús no paga los tributos. En realidad, este tributo es para Dios; y como Jesús es el Hijo de Dios, no necesita dar. Pero, para que nadie diga que menosprecia el templo y la Ley, Él decide pagar tributo. De hecho, manda a pagarlo con el dinero que sacan de la boca de un pescado recién capturado, para dar conocer que Él es el señor de toda la creación, ya que tiene poder también sobre la naturaleza. Sus discípulos discuten sobre quién es el mayor en el Reino de los Cielos (Lucas 9:46-48), y Jesús hace énfasis en que deben ser humildes como niños para entrar en él. Un verdadero discípulo del Señor sigue a Su Maestro con humildad por la senda de la cruz.

Enseñanzas sobre el perdón (18:5-35): el Reino de Dios se expande con fuerza cuando cuidamos y servimos a los pequeños con el corazón de Dios. El que recibe y ama a un niño, recibe a Jesús (v. 5). Los discípulos de Jesús deben quitar todo lo que los puede arrastrar al pecado, aunque duele tanto como cortarse una mano, un pie o quitarse un ojo. Jesús es el Buen Pastor, que ama y busca a la oveja descarriada y perdida. No es el deseo de Dios que ningún hombre, por más débil e insignificante que sea, se pierde de Su salvación.

Si algún hermano peca contra nosotros, no debemos condenarle precipitadamente, sino brindarle muchas oportunidades para que se arrepiente. Jesús nos enseña a exhortarle de manera personal; después, con dos o tres testigos; y, si es necesario, con toda la congregación. La expulsión es una medida que podemos tomar en última instancia, cuando ya no hay otra cosa más que hacer, en beneficio de la santidad de la comunidad; cuidando siempre de no hacer el mal uso o abusar de ella. Ante la pregunta de Pedro de cuántas veces se debe perdonar a su hermano, Jesús le responde que el perdón genuino no tiene límites (v. 22). Hemos sido perdonados y salvos sin condición; por tanto, debemos también perdonar las debilidades y las ofensas de nuestros hermanos. Cuando perdonamos como nos ha perdonado y nos enseñó Jesús en la cruz, vemos la extensión del Reino de Dios mediante la gracia.

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